Atentados sacuden a Colombia y Uribe aprovecha la tragedia para resucitar su discurso del terror para las elecciones

Colombia lloró este jueves una doble tragedia terrorista en Antioquia y Cali, mientras Uribe volvió a sembrar miedo pidiendo “ayuda internacional” y Petro apuntó directo contra las mafias que lucran con la guerra.

Colombia tuvo una gran conmoción este jueves 21 de agosto por dos ataques terroristas que estremecieron al país. Primero, un helicóptero de la Policía fue derribado en zona rural de Amalfi, Antioquia, con un saldo trágico de 12 uniformados asesinados y varios heridos. Horas después, el terror llegó a Cali, donde un camión cargado de explosivos estalló frente a la Base Aérea Marco Fidel Suárez, dejando 6 muertos y más de 50 heridos en una zona comercial y residencial.

Las imágenes de pánico, los locales destruidos y los cuerpos sin vida de policías y civiles confirmaron que el terrorismo sigue respirando en Colombia. Pero en lugar de llamar a la unidad nacional, el expresidente Álvaro Uribe Vélez volvió a recurrir a su libreto de siempre: miedo, sangre y dependencia extranjera.

“El dolor que esta violencia suma todos los días, el debilitamiento de las fuerzas armadas, la falta de compromiso del Gobierno, esta expansión terrorista, nos obliga a pedir ayuda internacional”, declaró Uribe, y agregó: “Desde ya la necesitamos urgentemente o derrotamos ese terrorismo, incluso con ayuda internacional, pues el terrorismo acaba con Colombia”.

Un discurso calcado de su estrategia política: convertir cada tragedia en una vitrina electoral. Uribe insiste en la narrativa de un país sin Estado, sin Ejército y sin rumbo, mientras omite que fue en sus gobiernos cuando se consolidaron las estructuras paramilitares, los falsos positivos y el negocio de la guerra como máquina de votos para la derecha.

Lejos de los gritos de auxilio hacia “poderes extranjeros”, el presidente Gustavo Petro habló con contundencia: los responsables no son simples bandas, sino parte de lo que él denomina la “Junta del Narcotráfico”, una confederación de mafias con tentáculos internacionales.

“Estas bandas están funcionando para cuidarle la mercancía a la ‘Junta del Narcotráfico’ que tiene un capítulo en Colombia. En Bogotá ya han fusilado tres señores dedicados a las esmeraldas con francotiradores y pueden ser también sospechosos del asesinato del senador Uribe Turbay”, dijo el mandatario.

Además, Petro fue claro: el Clan del Golfo, la Segunda Marquetalia y las disidencias de Iván Mordisco ya no serán vistas como simples grupos armados ilegales, sino como organizaciones terroristas perseguibles en cualquier rincón del planeta.

Un cambio de narrativa que busca lo que la derecha jamás ha querido: golpear las finanzas de las mafias, frenar sus alianzas internacionales y cortar el negocio que por décadas ha mantenido en pie a quienes lucran con la violencia.

Petro endurece su postura contra la mafia y pide al mundo reconocer a estos grupos como terroristas internacionales, mientras que Uribe cuyo legado está manchado por la parapolítica, el paramilitarismo y la estrategia del miedo, vuelve a desempolvar su receta: sembrar terror para imponer la idea de que solo con mano dura y represión se salva el país.

La derecha siempre ha sabido lucrarse del conflicto. Hoy, con cada víctima, revive su discurso de seguridad falsa: uno que promete resultados inmediatos pero que, en la práctica, alimentó el monstruo del narcotráfico y de la guerra interna.

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