Después de trece años de una tormenta judicial sin precedentes, el expresidente Álvaro Uribe Vélez enfrenta el veredicto más importante de su vida: la posibilidad de ser condenado por fraude procesal, soborno en actuación penal y manipulación de testigos. El juicio que sacudió las estructuras del poder político colombiano llega a su fin este lunes, con un país polarizado y expectante.
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La historia comenzó en 2012, cuando Uribe denunció al entonces representante a la Cámara Iván Cepeda por, supuestamente, manipular testimonios en su contra para vincularlo con grupos paramilitares. Pero lo que pretendía ser una ofensiva judicial terminó volviéndose en su contra. En 2018, la Corte Suprema no solo absolvió a Cepeda, sino que volteó el reflector hacia Uribe y lo acusó de haber sido él quien intentó amañar testigos.
Así, el hombre fuerte de la derecha, el político más influyente del siglo XXI en Colombia, pasó de cazador a cazado. En 2020, Uribe fue detenido en su finca bajo prisión domiciliaria. Renunció a su curul en el Senado y abandonó el fuero, en una jugada que fue vista por muchos como un intento por llevar su caso a una justicia menos severa. Pero ni así logró enterrar el proceso.
Día de sentencia a Uribe.
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El juicio, que arrancó en mayo de este año, ha sido un desfile de más de 90 testigos, grabaciones secretas y acusaciones escalofriantes. Una de las piezas clave del caso es Juan Guillermo Monsalve, un exparamilitar que denunció haber sido presionado por el entorno de Uribe para cambiar su testimonio. “Usaban un abogado para ofrecerme beneficios si decía que todo era mentira. Pero yo decidí grabarlo”, declaró Monsalve, quien escondía una cámara en un reloj cada vez que el abogado Diego Cadena lo visitaba en la cárcel.
Cadena, a quien Uribe terminó abandonando públicamente, también enfrenta su propio juicio. Pero los tentáculos de este escándalo tocan directamente al expresidente. La fiscal del caso, Marlene Orjuela, no dudó en pedir su condena por los tres delitos imputados. “Existen elementos contundentes de que el señor Álvaro Uribe Vélez interfirió de manera ilegal en la justicia”, señaló en audiencia pública.
El senador Iván Cepeda, víctima inicial de la supuesta operación de desprestigio, fue enfático al cierre del juicio: “Actuamos con la verdad. Nosotros creemos firmemente en que el expresidente Uribe debe ser condenado por la totalidad de los cargos”.
Por Don Raúl Carvajal también debe hacerse justicia hoy. Su lucha incansable no fue en vano. Cuánto daríamos por verlo presenciar a Álvaro Uribe primer expdte de Colombia sentado a puertas de la cárcel.
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Viejito, descansa en paz ya ganaste. pic.twitter.com/N9Vgu40m86
Desde el otro lado, Uribe se defiende apelando a la narrativa de la persecución política: “Este juicio ha sido inducido por el actual Gobierno, por su más representativo senador”, dijo el 12 de julio en un video que tituló con tono alarmista: “La situación no está como para estar tranquilos”. En ese mismo video, aprovechó para victimizarse y vincular el proceso con el atentado reciente contra el senador Miguel Uribe Turbay, de su propio partido.
Pero lo cierto es que el juicio ha dejado al descubierto una red de maniobras oscuras, testigos comprados y presiones indebidas que podrían costarle hasta 12 años de prisión al líder del Centro Democrático. El propio analista Pedro Viveros lo explicó sin rodeos: “Este fallo será un terremoto político. Si Uribe es condenado, cambiará el panorama de las elecciones de 2026”.
Aún así, el uribismo no se rinde. Paloma Valencia, leal escudera del expresidente, aseguró: “Absolutamente convencidos de la inocencia del presidente Uribe. No existe una sola prueba que lo incrimine”. Pero los videos, las declaraciones bajo juramento y las grabaciones clandestinas parecen decir otra cosa.
Este lunes, la jueza 44 penal de Bogotá, Sandra Heredia, tendrá en sus manos una decisión que marcará un antes y un después en la historia judicial y política de Colombia. ¿Caerá el todopoderoso? ¿O se saldrá, una vez más, con la suya?
Lo que está en juego no es solo el futuro de Álvaro Uribe, sino la credibilidad de la justicia en un país cansado de ver cómo el poder, por décadas, ha sido un escudo contra la verdad.





