Uribe dice en su juicio que “le causaron un daño moral”, mientras la justicia sigue destapando su posible reino de sobornos y miedo

Álvaro Uribe volvió a posar de víctima en los tribunales, mientras la justicia y Cepeda lo señalan de ser el cerebro de una maquinaria para engañar al país.

En medio de un país que aún sangra por las heridas de la guerra, este lunes 7 de julio, Álvaro Uribe Vélez, expresidente y eterno protagonista de escándalos, volvió a presentarse como una víctima: se paró frente a la juez 44 penal de conocimiento, Sandra Liana Heredia, para repetir que es inocente de los delitos de fraude procesal, soborno y soborno en actuación penal, por los que la Fiscalía lo persigue.

Acompañado como quien necesita aplausos, Uribe llegó al Complejo Judicial de Paloquemao con su esposa, Lina Moreno, la senadora Paloma Valencia y un puñado de incondicionales. Tomó la palabra para reclamar, entre lágrimas políticas, que todo este proceso solo busca “afectar su reputación”.

“Mi interés no se restringe a decir que la Fiscalía no pudo probar los delitos que injustamente me asignaron. Mi interés como miembro de familia, ciudadano y expresidente es que se pruebe que a lo largo de estos años he dicho la verdad”, soltó Uribe, ignorando las toneladas de pruebas, interceptaciones y confesiones que, según la contraparte, lo hunden.

En su perorata, no dudó en lanzar dardos contra el senador Iván Cepeda, a quien señaló de haber hecho “sus campañas afectando mi reputación”. “Me causaron un daño moral. Mi interés es defender también mi reputación y la de mi familia”, se lamentó, como si su historial estuviera limpio de fantasmas.

Pero mientras Uribe se victimiza, del otro lado se escuchó la voz del senador Cepeda, quien no se guardó nada: “Álvaro Uribe Vélez: el determinador”, tituló su respuesta. Recordó que este juicio hace parte de “un contexto mayor” donde se evidencian métodos criminales para silenciar la verdad del paramilitarismo y blindar a la clase política untada de sangre y miedo.

“Esos métodos incluyeron, entre otras prácticas, la utilización de abogados ligados a la defensa de jefes narcotraficantes y paramilitares, para contactar falsos testigos, que mediante sobornos fueron presentados ante la justicia para engañarla y cometer fraude procesal”, disparó Cepeda, sin pelos en la lengua.

El senador relató cómo la llamada desmovilización de las AUC, la parapolítica y los extraditados incómodos forman parte de una estrategia para tapar verdades: “Se desarrollaron métodos criminales para silenciar la verdad del paramilitarismo y la parapolítica… En realidad ha sido el jefe de una poderosa máquina para engañar a la justicia, mentir a la sociedad colombiana, y garantizar su impunidad y la de su hermano Santiago”.

Hoy la historia parece darle la razón a Cepeda y a las víctimas. Mientras Uribe se aferra a su discurso de honor mancillado, miles de madres aún lloran a sus hijos asesinados por balas estatales en su gobierno. Ellas sí saben lo que es un daño moral irreparable.

El país entero espera que esta vez la justicia no tiemble y que, de una vez por todas, caigan las máscaras. Porque por mucho que Uribe grite “inocente”, cada declaración, cada testimonio y cada compulsa de copias apuntan a un mismo lugar: el expresidente no es solo un perseguido político, es, como dice Cepeda, el determinador.

¿Será esta la caída definitiva del patriarca del uribismo? El fallo dirá. Pero la verdad, esa que tanto temen algunos, parece estar más viva que nunca.

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