El Espectador admite que mintió por meses publicando información falsa e inventada y oculta los artículos falsos

El Espectador admitió que publicó información falsa durante meses sin revelar cuáles fueron los artículos inventados, dejando a miles de colombianos engañados y traicionando el artículo 20 de la Constitución.

El Espectador acaba de protagonizar uno de los escándalos más bochornosos del periodismo reciente en Colombia, y lo hizo con una confesión que dejó al país atónito: publicaron información falsa durante meses y no tienen cómo explicar por qué nadie se dio cuenta. El propio medio reconoció que dejó pasar, sin filtros, sin rigor y sin responsabilidad, contenidos inventados, violando de frente el artículo 20 de la Constitución Política, ese que obliga a los medios a informar con veracidad y a no engañar a la ciudadanía.

En un texto que parecía más un acto de desesperación que de transparencia, El Espectador admitió: “Publicamos una cantidad de informaciones inventadas y ofrecemos disculpas”, asegurando que la culpa era de un “irresponsable aprendiz de periodista” que habría engañado a los editores con citas creadas por Inteligencia Artificial y “fuentes inexistentes”. Pero lo que realmente desató la indignación fue que en ningún momento revelaron cuáles fueron esos artículos inventados. Es decir, miles de colombianos pudieron haberlos leído, compartido y creído… y hoy no tienen forma de saber qué fue mentira.

Luego apareció el director, Fidel Cano, en un video que más que aclarar dejó a la audiencia con más dudas y molestia. “Fallaron todos los controles y fallamos en nuestra promesa de rigor y de apego a la verdad”, reconoció, aceptando que la redacción estuvo meses publicando contenido fraudulento sin darse cuenta. En otro momento afirmó: “Publicamos información falsa y es imperdonable que haya pasado todos los filtros”, una frase que retumbó como una confesión devastadora para un medio que presume de rigor.

Lo más increíble es la manera en que justifican semejante engaño: según Cano, el practicante “tenía el descaro de presentar como expertos a personas inventadas” y afirmaba que todo estaba sustentado en prestigiosas universidades que tampoco existían. Pero si la situación fue tan grave, cabe la pregunta que miles de lectores se hacen hoy: ¿dónde están los artículos falsos?, ¿por qué no los muestran?, ¿qué es lo que quieren ocultar?

La decisión de eliminarlos en secreto, sin informar cuáles eran ni sobre qué temas trataban, solo aumenta la sombra de duda. ¿Cuántos colombianos formaron opiniones basadas en esas mentiras? ¿Cuántos fueron engañados sin saberlo? ¿Cuántos medios aliados replicaron esa información? El Espectador guarda silencio.

Y mientras tanto, pretenden que el país simplemente acepte sus disculpas y pase la página. Pero este no es un error menor: es un golpe directo a la confianza pública y una señal alarmante de cómo los medios tradicionales han venido perdiendo credibilidad a pasos agigantados. ¿Cómo creer en un periódico que admite haber publicado mentiras durante meses sin decir cuáles fueron?

El discurso de Cano termina diciendo: “Disculpas sinceras por nuestra falla monumental”. Pero al no revelar la magnitud, los temas, los contenidos ni el daño causado, esa disculpa suena vacía y calculada. Un acto de opacidad disfrazado de transparencia.

Por episodios como este, cada vez más colombianos dejan de creer en los medios tradicionales. Porque cuando un periódico con más de un siglo de existencia reconoce que mintió, manipuló y ocultó, pero aun así se niega a mostrar la verdad completa, confirma lo que muchos ya sospechaban: los guardianes de la información también pueden ser los responsables de la desinformación. Y eso, en cualquier democracia, es simplemente imperdonable.

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